Castilla-La Mancha
celebra desde 1992 el Día del Libro como uno de sus acontecimientos más
multitudinarios y queridos. Desde entonces, ha sido tradicional que un
autor vinculado con la región, dedique unas palabras, unas reflexiones
personales en torno a la importancia del libro y la lectura para su
difusión en forma de Manifiesto cada 23 de abril. Este año el encargado
del mismo es el toledano de Polán, Francisco de Paz Tante, autor de
Cielos de Samarcanda, obra Finalista en el XIX Premio de Novela Fernando
Lara, y del VIII Premio de Narrativa Alfonso VIII de la Diputación
Provincial de Cuenca y ganadora del XIV Premio de Novela del
Ayuntamiento de Ciudad Real.
Además, este año en el que celebramos el
IV Centenario de la muerte de Cervantes, celebramos también el primer
centenario del nacimiento del dramaturgo alcarreño Antonio Buero Vallejo
quien tuvo el honor de ser el primer autor en realizar, en 1992, el
primer Manifiesto por el Libro en Castilla-La Mancha. Por este motivo,
desde la Consejería de Educación, Cultura y Deportes, se ha querido
recuperar el Manifiesto de Buero Vallejo de 1992 por lo que este año y
por primera vez, Castilla-La Mancha contará con dos Manifiestos para
celebrar el Día Grande del Libro.
LOS LIBROS CRECIDOS
En este día del libro, cuando
rememoramos de nuevo las muertes, las vidas y las obras de Cervantes y
Shakespeare, quiero recordar, otra vez, la necesidad, siempre vigente,
de los libros crecidos, que son los libros leídos, los que se expanden
en la memoria de los lectores, de quienes nos sumergimos en sus páginas,
mientras ellos se alojan en nosotros, nos ocupan y proliferan por la
imaginación y los sueños.
Porque necesitamos que, además de
vivirla, nos cuenten la vida; con los libros que leemos no sólo por
gusto, o inquietudes culturales e intelectuales, sino también por
necesidad de conocer y sentir el mundo que nos acoge, y las otras vidas
que, junto a las nuestras, también palpitan en él, y sus historias.
Decía José Luis Sampedro, en un libro sobre sus afanes literarios, que
escribir es vivir. Y yo estoy convencido de que leer también es vivir.
Es percibir y sentir la existencia de forma más plena, más humana.
Quienes escribimos libros conocemos bien
esa necesidad de leer a la que me refiero. En realidad, las fuentes
fundamentales de la creación literaria son la memoria, de lo vivido,
visto y oído, y las lecturas, que al final son memoria también, de lo
leído, tan real como lo vivido. La vida contada, como la que escuchaba
Juan Rulfo a su tío Celerino, cuando le hablaba de geografías de la
desolación y soledades incrustadas en las miradas de sus personajes y en
las tierras ásperas donde se enraizaban. Paisajes y hombres que el
escritor incorporó a sus libros. Por eso, después de muchos años de
inacción creativa, cuando le preguntaron por la causa de su escasa
producción literaria, el escritor mejicano dijo que era porque se le
había muerto su tío Celerino, que era "quien le platicaba todo".
Y, como el tío Celerino, los libros
también nos platican sobre la vida, y nos la cuentan. Son los libros que
nos van dejando sus historias y emociones inoculadas en el pensamiento,
y, con el paso del tiempo, no se olvidan, sino que crecen en nosotros, a
la vez que nuestra sensibilidad, inteligencia emocional y empatía.
Y entre todos los libros crecidos, en
esta conmemoración, que es también la del IV Centenario de la muerte de
su autor, y aún con los ecos de los actos en que celebramos la
publicación de su segunda parte, tenemos que recordar el más expandido
por las memorias, los sueños y la imaginación de los lectores de todo el
mundo. Es el libro de las andanzas y territorios de Don Quijote, que
son nuestros territorios, los de la poética de La Mancha; y también los
que señaló Carlos Fuentes, los de la lengua, cuando hablaba del idioma
capaz de ofrecer con mayor elocuencia y belleza el repertorio más amplio
del alma humana.
Son los libros que jalonan el devenir y
las edades de la vida; algunos desde la infancia, cuando nos hacemos
lectores. Yo aún recuerdo mi primer libro, Las mil y una noches, en una
vieja edición de Bruguera que aún conservo. Y, aunque ha pasado medio
siglo, en mi memoria siguen inalterados los recuerdos de las babuchas,
las lámparas maravillosas y las alfombras voladoras de aquellas páginas
mágicas. Las ilustraciones eran en blanco y negro, pero allí estaban los
colores de los sueños, de la vida imaginada.
Luego, cuando leí Entre líneas: el
cuento o la vida, de Luis Landero, rememoraba sin cesar aquel libro de
mi niñez. El cuento o la vida, un título, un lema, que los docentes
deberíamos tener en los frontispicios de nuestros institutos y colegios.
Porque, como decía Landero, "hoy más que nunca la escuela está bajo el
signo fatal de Sherezade". Por eso tenemos que impulsar la lectura en
nuestros centros educativos, para que los alumnos descubran cuanto antes
el gusto, y la necesidad, de leer. Y para ello deberíamos avanzar hacia
esa "educación cordial" de la que habla Adela Cortina, en sentido
etimológico, del "cor, cordis", el corazón. Una educación que también
atiende al cultivo de los sentimientos, con los que descubrimos mundos
inéditos, como el sufrimiento, el gozo o la indignación ante las
injusticias.
Los libros, en fin, que nos ayudan a
tomar conciencia de que existimos en el vasto mundo, y de que también
existen los demás. Por ello es difícil que a un buen lector le pase lo
que a aquel personaje de un cuento de García Márquez: "El drama del
desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida
que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus
vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los
breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca
hasta la escalera común, de modo que al reventarse contra el pavimento
de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había
llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre
por la puerta falsa valía pena ser vivida."
A un buen lector es difícil que le
ocurra eso porque la lectura nos descubre la vida con todos sus matices y
emociones, y nos incita a vivirla, a soñarla, a imaginarla. Por ello
Borges estaba convencido de que leer un libro no es una experiencia
menor a la de estar enamorado. Además, según escribe Daniel Pennac en su
obra titulada Como una novela, el verbo leer está emparentado con el
verbo amar, y también con soñar. Porque ninguno de los tres soporta el
imperativo.
Por eso nos adentramos en la lectura por
el convencimiento, la persuasión, la fascinación, las emociones
compartidas, el placer disfrutado. Por el gusto de sentir cómo nos
crecen los libros en el pensamiento y la imaginación. Los libros que nos
hacen más libres, y nos amplían las miras, los horizontes y las
utopías. Para responder mejor a nuestra vocación de seres humanos.
Francisco de Paz Tante
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